jueves, 8 de octubre de 2009

Paté para ti, Pate para mí

Se llamaba Florian, Florian Brokamp, y como tenía el gesto serio, buenas y rubias entradas, mejores modales, una figura rubicunda y vestía mocasines y camisa, así lo llamaba.
Era parco, obediente y de edad indefinida. No conocía sus gustos ni disgustos, sólo que era mi Pate, todo mío.
Estaba a estrenar (era su primera experiencia como tal) y de ahí que me costase hacerme a los mandos. Su diligencia no excedía del mandato concreto, por lo que si preguntaba por una calle con supermercado y me sonaban las tripas no hacía otra cosa que decirme dónde había un supermercado.
Sin embargo, su buena fe estaba fuera de toda duda: su propósito, nunca sabré si remunerado o no, era el de ahorrarme la angustiosa sensación de llegar a un país ajeno en el que no conocía a nadie y con un gigante de barro gris esperando para devorarme en cuanto pisase el campus.
Al cuarto día de estancia se puso en contacto conmigo. ¿Me había fallado? Sí y pensé en cambiarlo por otro, pero lo miré y le dije: - Tenemos un problema y mañana a las 6 me vas a ayudar a solucionarlo, ¿vale? – Asintió y se presentó puntual.
Hizo cuanto le pedí, ni más ni menos. Si yo callaba, él callaba. Si me dirigía a él en alemán, contestaba en alemán, y lo mismo con el inglés.
Le dije que lo quería y asintió.
A veces, mientras esperaba una respuesta, le preguntaba por su vida, por sus cosas, pero él sólo contestaba a lo anterior. No cambiaba el gesto, y llegué a clasificar su estado en flovorable o muy flovorable.
Reírse se reía poco y lo hacía para sí, acariciándose el mentón y haciendo resonar su voz grave en su tripa. Pero sonreía mucho y con patas de gallo, y he oído que las patas de gallo no se pueden simular.
Nuestros encuentros los sellaba con un apretón de manos al principio y al final, acompañando este último de un “ciao”, porque el año anterior había estado en Génova, donde no estudio nada y a donde fue porque tiene antepasados italianos.
De todas formas, de ello no tuve noticia por mi curiosidad ni por su elocuencia. Me enteré porque se le escapó entre risas cuando hablaba con una excompañera de instituto. Yo me reí con él, aunque no por lo mismo, y acallamos mientras nos mirábamos.
Todos los días, cuando lo veía, se interesaba por las novedades Erasmus y yo hacía lo propio con su día, a lo que él siempre reponía: mal, he tenido que estudiar.
Una vez acabé tan cansado mentalmente, que le pedí disculpas por ello y le rogué que no me hiciera caso. Cuando vio que se me volvía a calar la lengua por tercera vez esperó como de costumbre un rato y, contra todo pronóstico, me contó que él en Génova tenía que dormir 10 horas como mínimo por el esfuerzo y eso que no tenía ni idea de italiano. Así que me instó a no desesperar, porque mi alemán era muy bueno, tanto que nos podíamos comunicar perfectamente a un buen nivel, aunque alternase con el inglés, y eso que recién había llegado.
Entonces fui yo el que se quedó en silencio por el estupor y le dije que gracias, que mi intención era hablar en alemán, si me cansaba en inglés, y si no podía más, lo miraría y lo besaría sin mediar palabra.
Sonrió y asintió.
Como pasaban los días y las calamidades que habíamos vivido eran ya bastantes, pensé que el problema radicaba en los roles, de manera que quise comprobar su funcionamiento bajo el agua, en el microondas y contra otros Pates, pero me conformé con meterlo en una reunión Erasmus de la que resultó ser uno de los pocos componentes de su categoría y que acabó con idéntico resultado: los demás exponían algo o preguntaban y él callaba en ambos casos, pasando el turno a quien menos soportase la incomodidad. Entonces yo me reía y él me miraba.
Llegado el momento en que consideré oportuno volar por mi cuenta se lo anuncié, pero él se opuso mientras asentía con la cabeza.
Con el paso de los días cruzamos la línea de lo institucional, aunque yo hacía mucho que la había perdido de vista, y fuimos conociéndonos sin saber del pasado.
Encajamos bien y ninguno se cuestionó nada del otro.
A pesar de haberme faltado al principio, y con ello haber incumplido su obligación principal, las consecuencias no fueron graves y, por una segunda oportunidad, conseguí algo más que un Pate.